Usurpadxs
El acto de citar o representar símbolos religiosos o patrios en instalaciones y performances, de apelar a espacios sagrados o sanitarios mediante estrategias de reciclaje, es de algún modo desmantelar esos signos y desacralizarlos. Es perderles el miedo y mostrarlos como son: símbolos de violencia y dominación, colonialismo y patriarcado. Desde el sacrilegio, se vuelven ficción.
En su mesa-altar, el Ángel Indulgente cuelga desde el cuello su estola, parte el pan y lo reparte entre la gente que observa, así como traga una tacita de té con tierra, se retuerce en arcadas o come jalea de una bandeja hospitalaria hasta encontrar en el fondo su propio rostro en un impreso que recuerda a los muertos por la enfermedad. Es el sacerdote que oficia una eucaristía que de pronto es el cuerpo enfermo en una cena, rito mortuorio o memorial.
Guillermo Moscoso, de overol blanco, azul o rojo, rememora a las víctimas de la dictadura en sitios simbólicos, de gran sentido político para la ciudad: el frontis de la Catedral de Concepción, en los Tribunales de Justicia o en el Servicio Médico Legal, al conmemorarse, en 2013, 40 años del golpe de Estado; o se viste, maquillado, con traje de huasa – china y un casco de soldado español con plumas de colores, en una exposición en la ciudad de Los Ángeles, visibilizando los crímenes de odio junto a una crítica a la figura de los padres de la patria.
Retazos de la bandera chilena saliendo de su boca o del ano, o siendo azotada con fuerza contra el piso frente a los liceos en protesta contra el sistema de educación chileno. La crítica y la rabia en actos que nos llevan a preguntar ¿qué es en definitiva la patria o la Iglesia, cuando -en lugar de proteger- más bien propagan la peste ejerciendo la violencia especialmente sobre lxs cuerpos marginadxs?
Todo cuerpo (colonizado) resiste de algún modo al poder.